‘Joker’, el rey de los derrotados por el capitalismo

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Al ingresar a la sala de cine, abandone toda esperanza. También olvide aquellos estereotipos de los villanos caricaturizados. Abra su mente y déjese llevar hacia el descenso de un hombre, de todos los hombres que han sido invisibilizados por la sociedad capitalista.

Charlando con un amigo dedicado al teatro, me comentó que el Joker (2019) de Joaquin Phoenix luce tan estudiado, tan estético y planeado que por momentos se asemeja a un Marcel Marceau resquebrajado en su psique.

No piense ni por un instante que este Joker es una versión en trip after party como la de Jared Leto ni tampoco se atreve a lidiar con la alta sombra que dejó Heath Ledger. Phoenix arropa a la locura con un traje de humanidad que por momentos lleva al espectador a sentir una empatía profunda. El actor nunca reniega del pasado, al contrario, lo va integrando al discurso de su personaje: más allá del trabajo físico —perdió 23 kilos— y las contorsiones grotescas, Joaquin Phoenix rinde un delicioso tributo a la versión de Jack Nicholson al ritmo de la música de Gary Glitter.

Todd Phillips y Joaquin Phoenix en promoción de la cinta JokerAP

Si bien la versión de Heath Ledger se mostraba oscura y volcada a la provocación del caos, la de Phoenix explora la invisibilidad de los derrotados por el capitalismo encarnado en Thomas Wayne. Por momentos se coloca en los terrenos de la tragedia romana, de un destino que por más caminos que se intente trazar, será inevitable. En la versión del director Todd Phillips este Joker se planta ante ese destino, lo arropa, no se conmisera por sí mismo, sino que a través de la violencia plantea un manifiesto muy claro: el consumismo ha fracasado, los pobres no han dejado de serlo, la infestación de las ratas ha tomado la ciudad y en la noche más oscura los de abajo son los reyes. Joker, el rey de los invisibles.

Quien iba a creer que un cineasta autor de éxitos hilarantes como ¿Qué pasó ayer? (2009) estaría mucho más en línea con la narrativa scorsiana. Ningún mecanismo es casualidad en Joker, ahí está Robert de Niro como la versión más frívola de los medios televisivos. Y su contraparte, Arthur Fleck (Phoenix) quien se muestra como una especie de Travis Bickle —papel que encarnó De Niro en Taxi Driver (1976)— que deja el heroísmo atrás para entregarse a la demencia.

El Joker de Todd Phillips encarnado por Joaquin Phoenix se planta en una narrativa delicada, muy de los tiempos que corren. Aquí no existen superhéroes y la masacre se va gestando a la espera de un gatillo que la active. De ahí el temor existente en Estados Unidos, donde algunos grupos consideran que la película podría incitar a la ejecución de algún tiroteo. De cierta forma no se equivocan, pero no porque la obra en sí sea una invitación a la violencia, sino porque es un espejo de los miedos de esta sociedad.

Joker es una película tan redonda que provoca, ironiza, puede ir de la incertidumbre a lo puramente estético. Desde lo hecho por Christopher Nolan en Batman: El Caballero de la Noche (2008), las expectativas de un cine de superhéroes artístico y de culto eran demasiado altas. Justo las versiones más profundas de los personajes de Batman parecen ir por ciclos cercanos a la década: el de Tim Burton en 1989, el de la serie animada entre 1992 y 1995, el de la trilogía de Nolan entre 2005 y 2012.

Salvo algún evento trágico, la interpretación de Joaquin Phoenix se merece el Oscar y se ha puesto al nivel de la de Ledger; no habría por qué compararlas sino observarlas como paralelismos, como universos que se reflejan y se nutren de sí mismos, que a la vez sacan al personaje de los cómics para colocarlo al nivel de los miedos, las obsesiones y la pulsión de muerte en el espectador. He aquí el nuevo legado, ponga una sonrisa en su rostro.

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