Por la puerta principal

*Cuántas afrentas, cuántos desencuentros públicos tuvieron que pasar para que…

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Cuántas afrentas, cuántos desencuentros públicos tuvieron que pasar para que al fin, años después, se le abrieran las puertas del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) a Andrés Manuel López Obrador. Sólo flanqueado por sus hijos y sin el aparato de seguridad que ha rodeado al poder, ingresó al recinto donde, esta vez sí, se le reconoció el carácter de presidente electo de México.

Lo hizo caminando por la puerta central de la sede del TEPJF. Nada de andar revoloteando por los aires en helicóptero para aterrizar en el paraje más cercano y, casi a salto de mata, entre centenares de soldados que le allanaban el camino, entrar al tribunal como en el lejano 2006 lo hizo Felipe Calderón.

Ni tampoco como ocurrió hace seis años con Enrique Peña Nieto. Una logística similar, pero bajo otra imputación: compró la elección, afirmó entonces la masa obradorista. Sin opositores que objetarán la masiva votación en su favor ni nadie que violentara los protocolos, se impusieron las formas republicanas: Janine Otálora recibió a López Obrador al pie del recinto donde minutos después se convirtió en presidente electo.

Fue la primera vez que López Obrador se adentró en las entrañas del tribunal que tantos años, dijeron sus huestes, les regateó la justicia. Inevitables las reminiscencias: el mismo sitio donde en 2006, con la validación del triunfo de Calderón, se convirtió en epicentro de la insurrección y detonó la lapidaria frase de López Obrador que escandalizó al establishment: ¡Al diablo con sus instituciones!

Fueron tiempos cuando la apertura de un paquete electoral sin el fundamento que imponía la ley, equivalía a profanar el inmaculado derecho electoral. Tantas afrentas a cuestas, tantos desencuentros públicos, la misma sede donde en 2012 la causa lopezobradorista fue a arrojar chivos, cerdos y pollos como prueba de la inmoral compra de votos que, aseguraron, convirtió en presidente a Peña Nieto.

Esta vez, el rostro de López Obrador mostró una ansia contenida por años. Con una expresión de incredulidad y una tímida sonrisa de satisfacción, recibió la constancia de presidente electo que, ya en su mano, parecía no querer soltar ni para ofrecer su primer discurso en su carácter de cabeza del Estado mexicano en ciernes.

Acaso por ello empezó su discurso con las añoranzas de las décadas de lucha: con Zapata como efeméride, cuyo nacimiento coincide con un día largamente esperado por la izquierda mexicana.

Y en su empeño de exaltar el significado, no olvidó tampoco el costo: Un día como hoy, además, falleció un amigo entrañable, compañero Jaime Avilés, y quiero recordar también a muchos dirigentes sociales, políticos, precursores de este movimiento, porque ellos contribuyeron a que se hiciera realidad esta transformación en nuestro país. Muchos dirigentes sociales, políticos, que se nos adelantaron.

Esta vez son tiempos de apelar a las formas republicanas. Y en ese carácter, bajo la nueva investidura, moderó, pero no silenció sus críticas. La presencia del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Luis María Aguilar, no lo inhibió para expresar sus cuestionamientos a la justicia en México, en la propia sede del TEPJF: La gente votó para que exista en México un verdadero estado de derecho, el pueblo quiere legalidad, no la simulación que, en la aplicación de la ley, ha persistido desde el porfiriato.

En primera fila, los representantes de los poderes de la República: Ernesto Cordero, presidente del Senado –figura protagónica en el régimen calderonista– guarda las formas republicanas como lo hace también Aguilar, quien intercambió breves palabras con López Obrador en la salutación posterior al discurso.

Como ellos, también casi la totalidad de dirigentes partidistas, con excepción del de Acción Nacional, que desdeñó la ceremonia. Son los tiempos de las instituciones democráticas, resumió la priísta Claudia Ruiz Massieu al explicar los motivos de su asistencia y anunciar el carácter de oposición crítica pero responsable del PRI.

Lucía incómoda en la convivencia con la nueva clase política (casi) en el poder, la misma que ha tenido a su tío, Carlos Salinas, como cabeza visible de la mafia en el poder.

La legión lopezobradorista –con el próximo gabinete en pleno por delante– se veía satisfecha, aunque no eufórica. Elena Poniatowska se congratuló también con la llegada de Margo Glantz al Fondo de Cultura Económica, y el ala universitaria del gabinete departió alegremente con el presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, sin acordarse del último choque con las instituciones que indignó a López Obrador: la millonaria multa por el fideicomiso de ayuda para los damnificados del sismo.

El gran ausente: el gobierno federal. Invitado a la sesión solemne, el secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, desatendió el acto protocolario.

Concluida la ceremonia, López Obrador repitió la escena. Sólo flanqueado por sus hijos, salió del recinto sosteniendo el enorme pergamino que lo acredita ya graduado como presidente electo.

                                                         
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