El ‘espectáculo del siglo’ el cometa A3 Tsuchinshan-ATLAS solo se puede observar mientras se preserven los cielos nocturnos lejos de la contaminación.
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Al caer la noche, el croar de las ranas llena el aire de un parque a las afueras de la ciudad de Querétaro, en el centro de México, mientras en el cielo aparecen una a una pequeñas estrellas que van alineándose en constelaciones como parte del paso del cometa A3 Tsuchinshan-ATLAS.
Juan Carlos Hernández usa su peso para ajustar un telescopio. “¡Apúntame Rich!”, le grita a su amigo. Ricardo Soriano enfoca un láser verde sobre una pequeña acumulación de nubes, apuntando hacia donde pronto será visible el cometa A3 Tsuchinshan-ATLAS.
Hernández y otros astrónomos aficionados trabajaron para certificar el año pasado al parque ecológico Joya-La Barreta como el primer espacio urbano de cielos nocturnos en Latinoamérica por DarkSky International, una organización que educa al público sobre el daño de la iluminación descontrolada.
El parque, situado a unos 2 mil 600 metros sobre el nivel del mar, ofrece un excelente acceso sin obstáculos al cielo nocturno. Aunque existen más de 200 lugares de cielo oscuro en todo el mundo, el parque Joya-La Barreta es sólo uno de los 11 que se encuentran en zonas consideradas urbanas. Sin embargo, su condición de cielo oscuro se ve constantemente amenazada por la creciente contaminación lumínica y la urbanización.
Contaminación lumínica que afecta la observación del A3 Tsuchinshan-ATLAS
Hernández, que acaba de cumplir 40 años, ha defendido el cielo nocturno durante más de 20 años.
Presidente de la Sociedad Astronómica Queretana, y uno de los fundadores de la agencia de astroturismo Astronite, el ingeniero aeroespacial lleva persiguiendo zonas oscuras para observar las estrellas desde que puede recordar.
“En 2014 podíamos ver a Omega (Centauri) sentado sobre la ciudad”, dijo de una constelación situada a más de 17 mil años luz. “Hoy es inimaginable”.
Un estudio del año pasado que analizó los datos de más de 50 mil observadores de estrellas aficionados descubrió que la iluminación artificial hace que el cielo nocturno de todo el mundo sea un 10 por ciento más brillante cada año. En 2016, más del 80 por ciento de la población mundial vivía bajo cielos contaminados por la luz.
Los estudios realizados en México muestran que el aumento de la urbanización y la necesidad de iluminación de las ciudades por cuestiones de seguridad han provocado una mayor contaminación lumínica.
Fernando Ávila Castro del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México hace una buena analogía para explicar la contaminación lumínica. “Constantemente escuchamos el ruido del tráfico de la calle, pero pasado cierto nivel esa intensidad se vuelve molesta, no te deja descansar”, dijo. “Sobre todo porque prácticamente todos los seres vivos tenemos este reloj interno, el ritmo circadiano, que depende de los valores externos de iluminación… Cuando nos vamos a dormir se nos olvida que todo un mundo sigue activo”.
El cielo nocturno bajo los focos
La luna y las estrellas son la fuente de luz que guía la actividad nocturna de plantas y animales: determinan cuándo salen de sus refugios en busca de comida, cuándo se reproducen las plantas y cuándo migran ciertas especies animales. La luz artificial ha experimentado un gran desarrollo desde la revolución industrial del siglo XIX y los LED, eficientes y asequibles, son los últimos en utilizarse.
“También hay toda esta parte de la biodiversidad”, dice Analette Casazza, presidenta de otra asociación de astrónomos en Querétaro. “Podemos escuchar todo el canto de los animales que viven aquí (en Joya-La Barreta). En muchos de estos animales polinizadores su actividad es en la noche”.
El parque Joya-La Barreta alberga 123 especies de vertebrados.
“El gran reto que tenemos es poder impulsar la participación ciudadana”, dice María Guadalupe Espinosa de los Reyes Ayala, secretaria de Medio Ambiente de Querétaro. “Cuando la gente se apropia de los lugares y los vive es cuando te empiezas a dar realmente cuenta de todo lo que ofrece y la necesidad que tenemos de cuidar y conservar”.
Reto de conservación de los cielos nocturnos
Hernández y otros activistas astronómicos siguen luchando para conservar las condiciones nocturnas del parque y aprobar una normativa estatal que reduzca la contaminación lumínica para así poder continúar la observación de cometas como el A3 Tsuchinshan-ATLAS.
Hernández también busca la aplicación de la Ley General del Equilibrio Ecológico de México, aprobada en 2021.
La norma establece recomendaciones generales para minimizar la contaminación lumínica y ha sido reconocida en ciertos estados mexicanos como Sonora, Baja California e Hidalgo para proteger observatorios y observaciones astronómicas profesionales.
En Querétaro, Hernández presentó una reforma al Congreso estatal el año pasado para aplicar la normativa, pero no ha tenido suerte.
Tres veces al año los astrónomos aficionados de Joya-La Barreta tienen que enviar informes de contaminación lumínica a DarkSky. El aumento de los niveles de contaminación o la falta de visitantes al parque para realizar actividades astronómicas pueden poner en peligro su certificación. Para Soriano, otro de los fundadores de Astronite, es un motivo constante de preocupación.
“Si esto sigue creciendo, si el gobierno no nos aporta, no apoya y no lo da incluso a conocer más allá de lo que significa el haber certificado, pues se va a perder”, dice Soriano. “Vamos a tener que ir súper lejos, incluso hasta fuera de Querétaro, para poder volver a tener un parque así. Entonces ojalá ellos puedan verlo como algo importante también para el Estado y la comunidad”.
El sábado, cuando el cometa se enfocó, Matti González, de 10 años —acompañado por sus padres Antonio González y Brenda Estrella— sonrió mirando por su telescopio.
“¿De qué te vas a disfrazar en Halloween?”, preguntó González a su hijo. “¡De astronauta!”, gritó Matti.
A lo largo de la noche, Hernández corrió de un lado a otro entre los asistentes con un faro rojo guiando su camino. Explicó ciertos cuerpos celestes y ayudó a enfocar un telescopio en los anillos de Saturno. Al detenerse un momento, pensó en Carl Sagan y en cómo el astrónomo dijo que los mismos elementos que se forman en los últimos suspiros de una estrella que se extingue —hidrógeno, oxígeno, carbono— se encuentran en nuestros cuerpos.
“Ver el firmamento es la experiencia más espiritual que puede haber”, dice Hernández emocionado. “Es una conexión con nuestros verdaderos orígenes moleculares, pero también con nuestro destino cósmico… Entonces eso es lo más importante para mí, que las futuras generaciones sepan que un recurso que tuvieron sus abuelos se está perdiendo”.