*La desaparición de los cincuentones de las oficinas puede que no sea nuevo, pero yo he tardado en notarlo, quizás porque todavía es posible tener más de 55 años y ser periodista en el Financial Times sin sentirse estrafalario…
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El otro día di una charla a un grupo de banqueros de inversión. Hice lo que siempre hago cuando estoy en frente de una audiencia compuesta de empresarios: reviso el público y trato de calcular cuántos hombres hay por cada mujer. Si son abogados jóvenes de la City de Londres, las cifras son más o menos iguales, mientras que cuando se trata de banqueros y asesores financieros de mayor edad, la proporción puede ser de 20 a una.
En aquella tarde la proporción era algo mejor de lo habitual — como 4 a 1 — pero al mirar a mi alrededor se me ocurrió que no estaba evaluando el tema correcto. La minoría más pequeña no eran las mujeres. Ni siquiera eran las minorías étnicas, ya que se trataba de un congreso global. Eran las personas de más de cincuenta años.
De 200 banqueros sólo pude ver a uno que parecía ser de mi edad, y ése era el jefe ejecutivo. Al caminar de regreso por la City, me fijé en la gente que iba a casa: un mar de viajeros del trabajo de veinte, treinta y cuarenta años. Sólo ocasionalmente pude detectar a un contemporáneo, pasando cabizbajo. Me emocioné por un instante cuando vi a dos personas que parecían tener cerca de 60 años, pero al mirar más de cerca sus abrigos de colores brillantes y las maletas que arrastraban sobre ruedas supe que eran turistas.
La desaparición de los cincuentones de las oficinas de Londres puede que no sea nada nuevo, pero yo he tardado en notarlo. Eso quizás se deba a que todavía es posible tener más de 55 años y ser periodista en el Financial Times sin sentirse demasiado estrafalario. Es difícil sentirse demasiado expuesto cuando el mejor y más valioso columnista del Financial Times tiene 10 años más que yo.
Lo mismo no es cierto en otros sectores de nuestro negocio. La semana pasada hubo una alarma de fuego en la oficina y me fijé en la serpiente humana de los departamentos comerciales que descendía por las escaleras. El número de personas de mi edad: cero.
Posiblemente es un caso parecido al de los estudiantes que cada vez lucen más jóvenes, pero no lo creo. Un par de colegas de cincuenta años me aseguran que son las personas de más edad en los trenes que viajan a la City cada mañana desde St Albans y Muswell Hill.
Un amigo que está al cumplir 50 años en una gran empresa de productos de consumo se mantiene callado sobre su edad y espera que nadie se dé cuenta. Cuando fue contratado hace 20 años habían muchas personas cerca de los 60 años de edad, a menudo con un asistente personal de su misma edad o mayor. Ahora no ya no hay más asistentes de ninguna edad y los administradores mayormente se retiran cuando cumplen cuarenta años, después de recibir un cheque gordo por hacerlo.
Los pocos que se aferran a los trabajos corporativos caen en dos campos diminutos: los de más alto nivel, que son jefes ejecutivos o esperan serlo; y los de más bajo nivel, que han logrado hacerse invisibles y han evitado todas las purgas por redundancia.
La eliminación de la vasta montaña de cincuentones de las oficinas de Londres contradice lo que se supone que esté sucediendo: que las personas están trabajando más años, no sólo hasta la edad normal de jubilación pero más allá. En los últimos 10 años o algo así, según las estadísticas, el número de personas en el Reino Unido que trabajan más allá de los 64 años se ha duplicado.
Dentro de poco, los departamentos de recursos humanos se estarán riendo del lío que han armado sobre el no problema de cómo satisfacer a la mimada generación del milenio.
¿Motivar a los cincuentones que ya se han hartado de las tonterías de la vida corporativa? Ésa será la tarea administrativa más difícil que se haya inventado hasta ahora.
Este texto se publicó originalmente en mayo de 2016.