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Recorrer las calles de las ciudades italianas en la actualidad es presenciar una crisis en vivo. Roma, por ejemplo, es ahora una urbe silenciosa, sin caos vehicular, sin visitantes, con los locales comerciales cerrados. Los italianos tienen prohibido salir de sus casas, excepto para atender emergencias o si tienen permiso para ir a trabajar. Con una población avejentada, la tasa de mortalidad por el coronavirus es alta, de ahí las drásticas medidas aplicadas por el gobierno de Italia.
ROMA, Ita. (Proceso). – Lo más llamativo es que el ruido desapareció de la ciudad, junto con el caos vehicular y con los turistas que llegaban en cualquier época del año, y cuya presencia en el pasado había disminuido poco o nada, incluso después de los ataques terroristas de los últimos años en Europa.
Todo lo no indispensable está cerrado: restaurantes, cafés, museos, cines, teatros, iglesias, gimnasios, escuelas, universidades, peluquerías, discotecas, salones recreativos, centros de estética. Incluso los juicios fueron suspendidos; los partidos de futbol, aplazados hasta nueva fecha.
Italia entera, golpeada de lleno por la crisis del coronavirus, ha sido puesta en cuarentena. Ya no sólo está aislado el norte del país, donde primero se encendió la alerta roja y sigue registrándose el mayor número de contagios y fallecimientos.
Toda la nación, la primera en el mundo en tomar una medida tan extrema, ha sido blindada completamente para combatir el Covid-19 y sus 60 millones de habitantes fueron puestos en confinamiento.
Día tras día, la tensión, el miedo y la resignación en la población se han vuelto palpables. Las personas se miran con desconfianza. Mantienen a rajatabla la distancia mínima de un metro, exigida por ley.
Algunos, incluso, quizá por exceso de escrúpulos, permanecen todavía más lejos. Los abrazos y besos están prohibidos. En las tiendas de los barrios entra uno a la vez. Y todo incumplimiento, o presunto incumplimiento, origina la inmediata reacción de los demás, que conminan al transgresor a cumplir con el cambio repentino de vida y costumbres.
Los supermercados –que siguen exentos de los cierres, como las farmacias, los bancos, los puestos de periódicos y las aseguradoras– trabajan a todo ritmo.
Pese a que se advirtió que no hay riesgo de desabasto, mucha gente sigue acumulando provisiones; los cajeros están nerviosos pues muchos de sus colegas pidieron la baja médica y no acuden a trabajar; los clientes hacen cola para entrar y, una vez dentro, caminan silenciosos, como si fueran zombis, con los tapabocas puestos, limitando las conversaciones y esquivándose entre sí.
El silencio es interrumpido a ratos por breves diálogos o por la risa nerviosa de alguien que intenta bromear con algo que no es una broma.
En las calles y plazas de todas las ciudades italianas hay puestos de control de la policía. Los uniformados paran a quienes están fuera de sus casas y exigen que los autorizados firmen un documento en el que dan constancia de que salieron para ir a trabajar o por necesidades médicas o urgentes, únicos motivos por los cuales se les permite circular.
Algunos ya han sido sancionados. En Cicciano, cerca de Nápoles, 10 personas fueron multadas el miércoles 11 por festejar un cumpleaños en un estacionamiento, en virtud de la normativa que prohíbe las aglomeraciones hasta que la pandemia se frene.
En Brindisi, Taranto y Roma hubo denuncias contra un grupo que almorzaba en un espacio reducido al aire libre. En Reggio Emilia cuatro personas fueron señaladas por acudir a centros de lavado de automóviles. En Roma la policía arrestó a siete que mintieron sobre la razón por la que estaban fuera de sus hogares.
Prohibido salir
Más apocalíptica fue la imagen de los motines que se desataron el domingo 8 y el lunes 9 en casi una treintena de cárceles italianas. La chispa que desató la rebelión fue la decisión del Ejecutivo italiano de suspender, para limitar la difusión del virus, las visitas semanales a las que los recluidos tienen derecho, y permitir que los jueces aplacen la concesión de permisos penitenciarios.
En Módena, en el norte, murieron seis presos. En Foggia, cuna de un peligroso grupo criminal emergente, se fugó un número indefinido de detenidos, de los cuales 4 aún siguen prófugos, según la prensa italiana.
Nadie sabe cuánto durará. Las autoridades adelantaron que las medidas estarán en vigor hasta el 3 de abril, pero no faltan quienes sospechan que puede ser el inicio de un periodo de aislamiento que podría durar más. Los avisos continúan llegando a los grupos de WhatsApp de las escuelas y familias, usualmente poco centrados en cuestiones de este tipo. Ya no es así.
El lunes 9 y el miércoles 11, el primer ministro, Giuseppe Conte, se comunicó mediante videos retransmitidos por la televisión. Como nunca antes, la población estuvo pendiente de él.
“Si todos respetan estas reglas, el país saldrá antes de la emergencia”, volvió a decir, en ambas ocasiones. El objetivo es “garantizar” la salud de las personas, insistió.
Toda novedad sobre el coronavirus ha circulado como la pólvora en todo canal de comunicación. En los diarios, apenas aparecen informaciones sobre otros asuntos, mientras que, en la televisión, se alargan los programas dedicados a los contagios de una enfermedad que la Organización Mundial de la Salud ya declaró pandemia.
El estupor de la población ante una situación inimaginable hasta hace pocas semanas –el primer caso en Italia fue el de dos turistas chinos que fueron ingresados el 30 de enero al hospital romano de Spallanzani– también desató todo tipo de especulaciones.
“Fue Trump. Nos castigó por haber firmado el año pasado un acuerdo con China. Dijeron que nos lo harían pagar y lo han hecho. ¿No es sospechoso que los lugares más castigados sean China, Irán y Europa?”, explicaba una azafata de un vuelo intraeuropeo que iba casi vacío.
“Tengo 84 años, he visto cosas, y francamente me parece que las cosas están así porque nos gobiernan desde hace 75 años los catocomunistas”, le respondía un pasajero, de claro signo político opuesto.
Ancianos en peligro
Protección Civil italiana, en primera línea en el combate contra el virus, emite todos los días su boletín, puntualmente a las 18:00 horas. Las cifras no han parado de crecer.
Desde el inicio de la emergencia, que primero se declaró en febrero en 11 municipios de Lombardía y Véneto –regiones del norte consideradas el foco del contagio y que por ello fueron las primeras aisladas–, se pasó de 219 casos de contagiados registrados el 24 de febrero a los más de 17 mil 500 que hasta el viernes 13 pasaron a integrar el grupo de los positivos, de los cuales más de mil 200 ya murieron (900 sólo en Lombardía) y unos mil 500 se curaron.
La tasa de mortalidad sigue particularmente alta en Italia. Alrededor de 7 por ciento de los italianos contagiados ha muerto, cifra más alta que en China, dato que los expertos atribuyen al hecho de que la población italiana es particularmente anciana.
Tanto, que 56 por ciento de las personas fallecidas tenían más de 80 años y dos tercios presentaban patologías preexistentes, según un primer análisis divulgado el domingo 8 por el Instituto Superior de la Salud.
En cuanto a los contagiados, en cambio, la tasa ha sido de 1.4 por ciento para menores de 19 años; 22 por ciento para quienes tienen entre 19 y 50 años; 37.4 por ciento para quienes tienen entre 51 y 70 años; y 39.2 por ciento para los de más de 70 años. El 62.1 por ciento del total son hombres.
De ahí que uno de los problemas mayores haya sido el número de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), unas 5 mil en todo el país, ocho por cada 100 mil habitantes.
El jueves 12 había más de mil 100 personas que necesitaban soporte de una UCI, alrededor de 9 por ciento de todos los casos positivos.
Ni las figuras públicas se han librado. El coronavirus también contagió al presidente del Partido Democrático, el progresista Nicola Zingaretti; al jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra italiano, el general Salvatore Farina; al presidente de la región de Piamonte, Alberto Cirio; y a futbolistas como el defensa de la Juventus de Turín, Daniele Rugani, y Manolo Gabbiadini, delantero de Sampdoria.
La crisis también sirvió para que se abriera un debate sobre el sistema sanitario, que, si bien todavía es gratuito y abierto a todos en Italia, ha sufrido drásticos recortes en los últimos 10 años.
En concreto: unos 37 mil millones de euros que se recortaron en distintos gobiernos que se sucedieron y la pérdida de unos 42 mil 800 operadores sanitarios de todos los grados, según señalaba un análisis del centro de estudios Gimbe y un informe publicado el pasado 2 de diciembre por la Oficina de Estudios Parlamentarios del Congreso.
Daño económico a largo plazo
Diana Beltrán, originaria de Acapulco, es dueña de dos restaurantes de comida mexicana en Roma. El primero lo cerró el sábado 7. El segundo sigue abierto, pero sólo para los servicios de reparto a domicilio o pedidos para llevar.
“Es una catástrofe. Ahora gran parte del personal está en vacaciones forzosas. La alternativa era pedir el paro, pero ese trámite tarda tres meses antes de que puedan recibir el dinero”, cuenta Beltrán en entrevista.
“Lo cierto es que hay 15 personas en riesgo de perder su trabajo. Estamos destrozados”, añade, al explicar que algunos de sus trabajadores de tiempo parcial también son estudiantes procedentes de México y que estaban haciendo sus prácticas.
“Dentro de poco se les acabará el dinero y no saben cómo pagar el alquiler de sus casas”, explica.
Beltrán es reflejo de la situación de absoluta desesperación que viven los trabajadores en Italia. Pero, de momento, el daño mayor ha sido para las regiones más contaminadas por el coronavirus: Lombardía, Véneto y Emilia Romaña, que aportan 40% del PIB italiano.
Por ello, tras indicar a comienzos de mes un inicial paquete de ayuda de 3 mil 600 millones de euros para los sectores afectados, el miércoles 11 el gobierno italiano anunció un soporte adicional de 25 mil millones de euros para enfrentar la emergencia (desde la posible parálisis de la cadena industrial a la drástica caída del turismo).
Ese dinero, en principio, sería financiado al menos en parte por la Unión Europea. Sobre todo, porque Italia está estudiando otras normas que podrían paralizar el transporte de mercancías durante dos semanas en el norte del país, una zona que trabaja en estrecho contacto con las industrias de Austria y Alemania.
El problema es que la crisis también ha abierto resquemores entre los socios europeos y Roma, en particular luego de que algunos países europeos –entre ellos Malta, Eslovenia, Austria y España– restringieron las conexiones aéreas directas a Italia.
Eslovenia incluso cerró el viernes 13 el paso de camiones procedentes de Italia, decisión que enfureció a Roma y fue criticada por Francia, que desea una respuesta coordinada a la crisis.
“Sinceramente, creo que son malas decisiones”, indicó el presidente francés, Emmanuel Macron, ante la prensa tras la videoconferencia que mantuvo con el resto de los líderes de la Unión Europea para coordinar las medidas contra el coronavirus.
“Todos los países están afectados. Cerrar las fronteras no es una respuesta eficaz”, señaló, al añadir que están “al inicio de esta epidemia”.
“Si tomáramos medidas desproporcionadas, no podríamos mantenerlas durante mucho tiempo, sería contraproducente”, agregó el mandatario francés.
Este texto forma parte del número 2263 de la edición impresa de Proceso, publicado el 15 de marzo de 2020