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Durante toda la noche los vaqueros se divirtieron en un club nocturno abarrotado. Todos iban vestidos como para impresionar con botas brillantes, pantalones ajustados y sombreros de ala ancha.
Vinieron a tomar tequila y cerveza Tecate, a cantar al ritmo de la banda y a bailar -pecho con pecho, piernas entrelazadas- unos con otros.
Cada primavera, cientos de hombres de todo México y Estados Unidos peregrinan a esta colorida ciudad colonial para asistir a una reunión anual de vaqueros gay. En eventos privados celebrados durante un largo fin de semana, comparten carne asada y bailes folclóricos tradicionales y coronan a un rey vaquero.
La música pop está prohibida. En su lugar, tocan bandas en vivo durante horas, con músicos vestidos con trajes que hacen juego que cantan cumbia y éxitos norteños mientras un mar de sombreros Stetsons llena la pista de baile.
Para Mariano Escobedo, de 51 años y dueño de un bar que hace 18 años organizó aquí, en Zacatecas, lo que probablemente fue la primera reunión vaquera gay de México, esto es el paraíso.
Con sus botas de pitón y su camisa de cuadros desabrochada para dejar ver un pecho poblado de pelo, Escobedo dice que la idea de aquella primera fiesta era sencilla.
“Me gusta vestirme como un vaquero”, dijo, “y también me gustan los hombres que se visten así”.
A medida que el evento y la subcultura que lo acompaña, se ha expandido, con convenciones de vaqueros que duran todo el fin de semana y que ahora se celebran en más de una docena de ciudades a ambos lados de la frontera, las reuniones se han convertido en un refugio para gays que buscan conectar no sólo entre sí, sino también con la propia identidad mexicana.
Al fin y al cabo, aunque el evento atrae a vaqueros de verdad -hombres curtidos por largas jornadas cuidando cosechas o ganado-, también atrae a contadores, abogados y otras personas de ciudad para quienes vestirse a la usanza vaquera es tanto un gusto como un vínculo con el pasado rural de México.
“Cuando vienes aquí, sientes orgullo de ser mexicano”, afirma Emmanuel Fernández, un abogado de 29 años de Ciudad de México que conoció el mundo de los vaqueros gays cuando vivía en Atlanta.
La vida en Georgia era alienante, dice Fernández. Trabajaba mucho, no hablaba inglés e intuía que los estadounidenses vivían como robots, demasiado preocupados por sus trabajos y rutinas como para disfrutar de la vida.
Entonces descubrió una discoteca latina, el Sanctuary, y su habitual noche gay de vaqueros. Bailar el huapango le recordó su juventud, cuando interpretaba bailes folclóricos en las fiestas locales. También le recordaba a las visitas al rancho cafetero de su abuelo en el estado de Veracruz, donde toda la familia se reunía para trabajar la tierra y luego compartir durante largas sobremesas después de la comidas. “Te conecta con tus raíces”, afirma.
La cultura vaquera está profundamente arraigada en la psique mexicana, y muchas de las figuras históricas más emblemáticas del país – Francisco “Pancho” Villa, el cantante Pedro Infante, el narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán- son conocidas por su rudo estilo campirano.
No es casualidad.
Para superar las divisiones tras la encarnizada revolución de 1910, los dirigentes mexicanos se propusieron crear un sentimiento de identidad nacional compartida. Películas y canciones idealizaron la cultura ranchera y presentaron al vaquero tequilero y jinete como el hombre mexicano ideal.
Hoy en día, esa visión está reñida con la vida de la mayoría de los mexicanos, que en las últimas décadas han emigrado en masa de las zonas rurales a ciudades y suburbios de México o Estados Unidos.
La convención vaquera es un punto de encuentro para hombres -muchos de ellos alejados por una o dos generaciones del campo- con una nostalgia compartida, dijo Ángel Villalobos, un maestro de 53 años.
“Este es un espacio para personas con una historia en común”, dijo.
También es una oportunidad para que los hombres homosexuales reclamen un pedazo de la cultura mexicana, que, dijo Villalobos con firmeza, “también es nuestra”.
Tenía cuatro años cuando su familia se trasladó de un rancho algodonero a Monterrey, una ciudad industrial en expansión situada a unas horas al sur de Texas. Su padre fue a trabajar a las fábricas y Villalobos recorrió las congestionadas calles vendiendo manzanas cubiertas de caramelo y periódicos. Aun así, conservó su estilo vaquero, mendigando a su madre botas de segunda mano. Sabía que era gay, y pensaba que adoptar un aspecto exterior duro le protegería en una cultura conocida por su machismo y homofobia.
Con su mandíbula prominente y sus hombros anchos, Villalobos se parecía un poco al “Hombre Marlboro” cuando saludó a los hombres que entraban en un bar del centro de Zacatecas la primera noche de la convención. Les ofreció caballitos de tequila y encendedores con su imagen.
Otros candidatos que también competían por ser nombrados como el “rostro vaquero”, la cara oficial de la convención, hacían lo mismo.
Villalobos trajo consigo un equipo de campaña desde Monterrey, incluido su amigo César Monsiváis, un influencer que trabaja en el desarrollo de la marca personal.
“Es demasiado tímido”, dijo Monsivais mientras Villalobos engullía nerviosamente su cerveza y posaba para las fotos con un grupo de asistentes que se veían maravillados. “Me he pasado dos meses entrenándole”.
El concurso de rostro vaquero es una copia abierta de las fiestas rurales mexicanas, en las que jóvenes con elaborados vestidos son coronadas “princesas” o “reinas”.
Se esperaba que los candidatos charlaran con los asistentes y participaran en un concurso de baile, en el que cada uno mostraba sus elegantes pasos mientras tocaba una banda zacatecana de tamborazo.
Pero no se trata sólo de un concurso de belleza.
Los concursantes fueron juzgados no sólo por su carisma y su aspecto, sino también por su participación en la comunidad.
Villalobos, por ejemplo, enseña danza tradicional. Uno de sus competidores, un agente de policía llamado Eros Herrera, ha abierto recientemente un albergue para personas sin hogar y un comedor social en la ciudad de San Luis Potosí que atiende a la comunidad gay, lesbiana y transexual.
Los derechos de los mexicanos LGBTQ+ se han ampliado mucho en los últimos años, con el matrimonio entre personas del mismo sexo legalizado en todos los estados. Aun así, 87 personas fueron asesinadas el año pasado por su identidad de género u orientación sexual, según la organización sin ánimo de lucro Letra S. Los aficionados mexicanos al futbol son famosos por mofarse de los equipos contrarios con un insulto homófobo.
Aquí, en la provincia, no hay duda de que la homosexualidad sigue siendo tabú.
Cuando un funcionario del gobierno local fue filmado cantando en una convención de vaqueros gay en el estado de Coahuila en 2018, fue ampliamente criticado. El video ha sido visto 2,6 millones de veces en YouTube, con los espectadores comentando con mensajes de apoyo, pero también con bromas desagradables.
En Zacatecas, una ciudad pequeña y conservadora con docenas de iglesias barrocas pero apenas un puñado de bares gay, muchos asistentes al evento dijeron que no se atreverían a hacer muestras de afecto en público.
“Cuando estoy en la calle soy muy discreto”, dijo Daniel Rentería, un agricultor de 56 años que cultiva agave que vive en una ciudad que se encuentra a hora y media de distancia. “No me gusta ir por ahí abrazando o besando”.
Sin embargo, una vez dentro de la convención, él y su compañero, Ramiro García, un frutero de 36 años, apenas dejaban de tocarse.
Vestidos de manera casi idéntica con sombreros negros, vaqueros ajustados y brillantes camisas, cada uno con un teléfono celular colocado en la cadera, se cogieron de la mano mientras disfrutaban de un popular grupo de cumbia en la segunda noche de la convención.
Más tarde, cuando el DJ puso una balada sobre el amor prohibido, “La Puerta Negra” de Los Tigres del Norte, García tomó a Rentería entre sus brazos y bailaron al ritmo de la música, cada uno con una mano alrededor de la espalda del otro.
Cuando se conocieron hace unos años, García, que es de Zacatecas, llevaba pantalones cortos y chanclas. Fue Rentería quien le convirtió en vaquero.
“No tienes que ser necesariamente de un rancho para ser un vaquero”, explicó Rentería.
Como muchos de los asistentes a la convención, Rentería adoptó su sexualidad más tarde. ¿El catalizador? Un aneurisma cerebral que estuvo a punto de matarle.
Rentería llevaba 25 años viviendo con su pareja y sus cinco hijos en Paramount, una ciudad del condado de Los Ángeles. Trabajó durante décadas en una fábrica de camisetas y luego en una refinería de petróleo. Durante todo ese tiempo echó de menos México. El aneurisma le impulsó a volver a casa. Allí empezó a trabajar en la granja de su hermano y se enamoró de un vaquero.
Sus hijos conocen a su novio y le apoyan, aunque su padre, de 85 años, y su antigua pareja en California siguen sin aceptarlo.
Los hombres dentro de la cultura mexicana que se sienten atraídos por otros hombres a menudo tienen una existencia solitaria en la que “están separados” de los demás y de sus propios deseos, dijo Rentería. “Tener que esconderse es difícil. Eventos como éste nos unen”.
Otros compartieron historias similares.
Jesús Rubalcava creció en una comunidad rural de inmigrantes en Arizona. “No sé si alguna vez logre una aceptación plena”, dijo el director de instituto y exlegislador estatal de Arizona, de 43 años.
Dice que su familia no entiende por qué dedica tanto tiempo y dinero a asistir a eventos vaqueros, incluidos los 5.000 dólares que desembolsó para comprar camisetas, hieleras para cerveza y otros regalos que le ayudaron a ganar el concurso de rostro vaquero del año pasado.
Pero todo ha merecido la pena, dice. Además de la hebilla de plata grabada que se otorga a todos los ganadores del concurso, ha ganado amistad e incluso amor. Conoció a su novio en la convención de Zacatecas hace unos años.
Los dos estaban disfrutando del sol en una carne asada el tercer día de la convención, saludando a un grupo de conocidos con abrazos de oso mientras el olor a carne asada llenaba el ambiente.
El evento de Zacatecas ha dado lugar a varios matrimonios, afirma Escobar, fundador del evento. “Y muchas aventuras de fin de semana”, añadió sonriendo.
Los cortejos florecían en el bar, en la cola para los tacos y junto a una mesa rebosante de galletas y pastelillos. Una tarde calurosa, muchos hombres se quitaron la ropa y se metieron en una piscina, descansando sobre juguetes de plástico flotantes.
Beto Cardona, un actor de 36 años de Ciudad de México que acudió al evento con un amigo, dijo que todo le parecía bonito, aunque un poco anticuado.
Muchos hombres en el evento adoptaron un estilo hipermasculino que rayaba en el machismo, dijo. Algunos asistentes lucieron looks más atrevidos -un collar de perlas por aquí, una camisa de encaje por allá-, pero la mayoría no.
Uno de ellos criticó a Cardona por llevar aretes de oro en las orejas.
“Eres guapo”, le dijo el hombre. “Pero deberías actuar de forma menos femenina”.
El hombre le había acusado de actuar de forma “obvia”, como abiertamente gay.
En lugar de sentirse molesto, Cardona intentó poner el comentario en contexto. Sabía que hace años, cuando muchos de los participantes en el evento vaquero apenas alcanzaban la mayoría de edad, parecer gay era arriesgado.
“Si esto hubiera ocurrido hace décadas, la policía habría llegado y habría detenido a todo el mundo”, dijo Cardona.
“Son un poco más duros”, dijo de los gays de mayor edad. “Yo nací con derecho a decir: ‘Soy gay'”.
En la última gran noche de la convención, la Banda R-15 subió al escenario.
Este grupo musical de Nayarit, que debe su nombre a un tipo de rifle semiautomático, es legendario por sus canciones sobre mujeres traicioneras y fiestas salvajes, emblemáticas de la cultura vaquera del centro y el norte de México.
Fue una especie de victoria ver al famoso grupo tocar en un club lleno de hombres bailando con otros hombres.
Y si uno de los miembros más veteranos de la banda hizo más tarde un comentario despectivo sobre el público durante una pausa para fumar (“No es culpa suya que sean así, es porque sus padres les han educado como a niñas”), al menos fue fuera del alcance del oído de los participantes.
Pasada la medianoche, se habían contado los votos y se había coronado al rey vaquero. La hebilla del cinturón y una colorida faja blasonada con la inscripción “Rostro Vaquero Zacatecas” acabaron siendo para Herrera, el policía que dirige el centro LGBTQ+.
Parte del público coreó su nombre (“¡Eros! ¡Eros!”), mientras otros bromeaban con la posibilidad de un recuento de votos. Herrera, radiante, posó para las fotos y subió un selfie a la página de Facebook de su grupo comunitario en San Luis Potosí.
A medida que el evento llegaba a su fin, un dejo de tristeza se fue apoderando del club. Pronto, los participantes se quitarían las botas, guardarían sus sombreros y volverían, por un tiempo, a una vida de no vaqueros.
Pasaría al menos otro mes antes de que muchos se reunieran de nuevo: en una convención de vaqueros en mayo en San Luis Potosí, tal vez, o, para aquellos con la capacidad de viajar a EEUU, en una gran convención en Los Ángeles en julio.
Fernando Jairo Medrano, peluquero en el estado de Nayarit, dice que cuando está en casa, trabaja horas extras y rara vez sale con el fin de ahorrar dinero para su próximo viaje.
Sus familiares no entienden su obsesión de pasar sus fines de semana con otros vaqueros. No tienen por qué, dice.
“Es mi tiempo”, les dice. “Es mi tiempo”.