Nuestras redes están llenas de imágenes de niños haciendo monerías. En verano, su sobrexposición aumenta más si cabe. Cada imagen es compartida —sin consentimiento alguno— por el padre, la madre o algún familiar o amigo para orgullo de quien comparte y disfrute de sus conocidos.
Se reciben likes y alguna alabanza que lleva a reincidir. Así ha sido durante varios años sin que nadie se planteara las consecuencias. Hasta que, acompañando al resquemor creciente hacia las redes sociales, una duda ha empezado a extenderse: ¿acaso hacemos mal subiendo a Internet imágenes de niños?