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Washington. Dos colosos climáticos, uno natural y otro causado por el ser humano, se enfrentarán este verano boreal para determinar lo tranquila o caótica que será la temporada de huracanes en el océano Atlántico.
Se está gestando un fenómeno meteorológico natural, El Niño, que reduce drásticamente la actividad de los huracanes, pero al mismo tiempo se acumula un calor oceánico sin precedentes en el Atlántico, alimentado en parte por el cambio climático provocado por el hombre al quemar carbón, petróleo y gas y que proporciona combustible para las tormentas.
Muchos meteorólogos no están seguros de qué titán meteorológico prevalecerá, porque nunca antes se ha dado un escenario de esta magnitud. La mayoría de ellos pronostican un empate, algo cercano al promedio anual. Y eso incluye a la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA por sus siglas en inglés), que señaló que hay un 40 por ciento de probabilidades de una temporada cercana a lo normal, un 30 por ciento de probabilidades de una temporada por encima de la media (más tormentas de lo habitual) y un 30 por ciento de probabilidades de una temporada por debajo de lo normal.
La agencia federal anunció el jueves su previsión de entre 12 y 17 tormentas con nombre, de las que entre cinco y nueve se convertirán en huracanes y entre una y cuatro se convertirán en huracanes de categoría 3 o mayor con vientos superiores a 177 kilómetros por hora (110 millas por hora). La previsión normal es de 14 tormentas con nombre, siete de las cuales se convertirán en huracanes y tres de ellas en huracanes de categoría 3 o más.
“Definitivamente, es una configuración poco común para este año. Por eso nuestras probabilidades no son del 60 por ciento o 70 por ciento”, explicó el jueves en una conferencia de prensa el pronosticador principal de huracanes estacionales de la NOAA, Matthew Rosencrans. “Hay mucha incertidumbre este año”, agregó.
Independientemente del número de tormentas que se avecinen, los meteorólogos y la directora de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, Deanne Criswell, recordaron a los residentes costeros de Estados Unidos, desde Texas hasta Nueva Inglaterra, y a los habitantes del Caribe y Centroamérica, que sólo hace falta que un huracán impacte en su zona para que sea una catástrofe.
“A eso es a lo que realmente se reduce todo: ¿Cuál va a ganar o se anulan mutuamente y acabas con una temporada casi normal?”, comentó el investigador de huracanes de la Universidad Estatal de Colorado Phil Klotzbach. “Yo respeto a ambos”, añadió.
Las dos fuerzas no podrían ser más opuestas.
El Niño es un calentamiento temporal natural del océano Pacífico que se produce cada pocos años y cambia el clima en todo el mundo. Los modelos climáticos pronostican que, a medida que el mundo se calienta, El Niño se hace más fuerte.
Décadas de observación demuestran que, por lo general, el Atlántico es más tranquilo y con menos tormentas durante los años de El Niño. Las aguas más cálidas de El Niño hacen que el aire más caliente del Pacífico llegue más arriba en la atmósfera, influyendo en los vientos y creando fuertes vientos de niveles superiores que pueden decapitar las tormentas, matándolas, agregó Klotzbach. Es lo que se llama cizalladura del viento